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El filtro de la bandera francesa en Facebook

¿Indignación selectiva o solidaridad colectiva?

Con motivo de los atentados del 13 de noviembre la compañía Facebook adoptó por primera vez una opción pionera: el filtro de la bandera francesa sobre la foto de perfil como muestra de solidaridad con las víctimas del atentado terrorista de París. Al alcance de un solo click, Facebook pronto se llenó de rostros tricolores en señal de duelo.

Ante este gesto, en apariencia irreprochable, enseguida surgieron algunas voces críticas que denunciaban el eurocentrismo escondido tras esta acción llevada a cabo por la compañía. Así de tajante fue la periodista de Independent, Lulu Nunn, en esta nota largamente compartida en la red: “Got a French flag on your Facebook profile picture? Congratulations on your corporate white supremacy”– rezaba su titular. Nunn denunciaba que en Occidente estamos tan acostumbrados al eurocentrismo que estamos dispuestos a aceptar iniciativas de grupos corporativos disfrazadas de solidaridad sin cuestionarnos el resto del contexto.

¿Se trata entonces de una elección selectiva de la compañía y de los usuarios? Y si lo es, ¿es un pretexto para atacar una muestra de solidaridad, sea del carácter que sea?

La mayoría de los argumentos critican que no se adoptara una opción similar en el atentado perpetrado por el mismo grupo terrorista tan solo un día antes en Beirut donde fallecieron más de cuarenta personas. Decía la escritora Ludmila-Leiva en su articulo “Why I’m Not Overlaying My Facebook Profile Photo With The French Flag”: “Comparada con la amplia cobertura de Francia, la tragedia en Beirut no incitó los mismos sentimientos de rabia y compasión. Y así se mostró en Facebook, donde la bandera libanesa no estaba disponible en la elección de marcas de agua”.

Tampoco se puso en marcha en ese caso el botón de Safety Check que sí se activó en los atentados de París. Ante las críticas, Mark Zuckerberg respondió: “Hasta ayer nuestra política consistía en activar solo el Safety Check en caso de desastres naturales. Acabamos de cambiarla y estamos planeando activar Safety Check para más desastres humanos”.

Zuckenber france

Zuckerberg fue uno de los primeros en adoptar la bandera francesa en su perfil de Facebook.

El choque emocional que produjeron en la sociedad los acontecimientos del 13 de noviembre llevó a millares de personas a cambiar su foto de perfil con esta opción. Una herramienta que, aunque nueva, ya había surgido con formato similar pero con la bandera multicolor gay que se propuso para apoyar la adopción del matrimonio homosexual en Estados Unidos. Pero tras los atentados de París fue la primera vez que se realizó con los colores de la bandera de una nación y algunos colectivos han interpretado el gesto como imperialista. Para algunos argelinos la medida trae de vuelta al fantasma de la colonización francesa que tuvo lugar en país durante 132 años. Así lo recoge el diario digital Rue 89: “Si hay que apoyar a las víctimas con una bandera, yo publico la argelina, visto que soy una víctima”, escribía un usuario en Facebook. En el otro lado, opiniones como la de esta argelina que recibió críticas tras cambiar su foto de perfil por la tricolor: “Es mi deber como argelina, libre de ustedes y de los otros, mostrar mi solidaridad, mi amor y mi determinación por conseguir la paz”.

Soutien france

Captura de Pantalla de Facebook

Ante esta ya denominada “Guerra de banderas” algunos portales como Luna Pic reaccionaron rápidamente creando una aplicación en la que puedes fundir tu foto de perfil con banderas de otros países.

El neurocientífico Romain Legneul se interrogaba acerca de la influencia de las redes sociales en la orientación de nuestros comportamientos políticos en el periódico francés Rue89: « El simple hecho de que Facebook nos proponga cubrir nuestra foto de un tinte azul- blanco- rojo facilita enormemente la decisión del usuario de adoptar este código de colores en reacción hacia los atentados de París ». El experto opina que para una correcta respuesta de la sociedad francesa ante esta agresión « es esencial permanecer lúcidos en cuanto a la manera de la que se construye y se orienta la opinión pública en las redes sociales y, por lo tanto, Facebook ».

Así lo alertaba también el periodista Èric Lluent en su controvertido artículo « El peligro de ponerse la foto de perfil con el filtro de la bandera francesa » en el que hablaba de la manipulación por parte de los grandes medios de comunicación construyendo en el imaginario ciudadano « muertos de primera y muertos de segunda »: « El silencio que impera o la frialdad a la hora de exponer cifras de muertos cuando se trata de un atentado que ha tenido lugar en el conocido como Mundo Árabe contrasta con el dramatismo de la exposición cuando se trata de un atentado en territorio europeo o norteamericano ». Y tras este artículo que se convirtió en viral en las redes españolas, días después se vio obligado a publicar un segundo en respuesta a los insultos y amenazas. El título fue así de explícito: « Soy un terrorista, un insensible y, además, un puto catalufo de mierda ». « ¿Cómo una persona en su sano juicio puede acusarme de no respetar el duelo por las muertes de la capital francesa cuando lo único que digo es que se respete el duelo por todas las víctimas del terrorismo y que Facebook no las discrimine? », se preguntaba Lluent.

Esa noche, como tantas veces al día abrí mi Facebook, sobre todo para ver la reacción de mis colegas franceses y de gran parte de mis amigos que no son franceses pero que, como yo, han convivido con sus gentes y costumbres. Para ese entonces, sobre las 11 de la noche, una gran cantidad de mis contactos ya habían customizado su foto de perfil con esos tres colores. Y en ese momento Facebook me preguntó si yo también quería solidarizarme con las víctimas de París como esos 70 amigos que ya lo habían hecho. En ese instante ni se me pasaron por la cabeza los cuestionamientos éticos que me planteé después, ni muchos menos las connotaciones imperialistas, racistas, colonialistas o capitalistas que se han interpretado en este acto. Y yo, que prefiero expresarme primero con las palabras escritas incluso que con la voz o la imagen plasmé mi mensaje de pura conmoción, salido del corazón y quizá ya condicionado por esos tres colores de la discordia que se habían plasmado en mi retina sin darme cuenta:

facebook paris

Captura de pantalla en Facebook

Críticas cruzadas, guerra de banderas pero, al fin y al cabo, un sentimiento casi unánime. Un hecho insólito sobre el que, por supuesto, hay que plantearse muchas cuestiones para actuar con una mira crítica hacia aquello que nos ofrecen las redes sociales y que se hace factible con un solo click. Muchas fueron las voces críticas en la red, pocas las que defendieron la acción. De todas formas es una opción tan personal que no necesita ser defendida.

No es algo admirable, ni extraordinario, ni ayuda directamente a nadie. No te hace mejor persona, ni más solidario. Ni tampoco menos solidario con los demás. Tampoco lo considero desdeñable. Es simplemente una manera más de comunicar en una era en la que no solo utilizamos la palabra para expresar nuestras emociones. El dolor de las familias, de los amigos, de los cercanos, de cada víctima es el mismo aquí, que en África, que en París, que en Estados Unidos, que en Raqqa. Hay tantas formas de expresar el duelo como individualidades y precisamente esta acción dio una manera de expresar un sentimiento común a millones de personas. Más personal que el “Je suis Charlie”, más concreto geográficamente que el “Ce n’est pas l’Islam”, más comprometido que el “#nofilter”. Algo excepcional y contradictorio: una forma unificada de expresar algo tan individual como el dolor.

Y sí. Yo fui una de esas millones de personas que, con todo, cambió su foto de perfil a la filtrada con la bandera francesa. No me sentí mejor cuando lo hice, ni peor en el momento en el que saltaron las críticas. Pero sí que encontré que mi solidaridad había encontrado respuesta en un acto masivo, como participar en una manifestación, como apagar todas las luces durante un minuto, como llenar de tres colores una red social. Y luego me dio miedo darme cuenta de que había pasado a formar parte de ese rebaño, pero no vi nada de malo en el asunto, los borregos nos habíamos unido defender uno de los valores más importantes: la solidaridad.


NOCILLA EXPERIENCE de Agustín Fernández Mallo

Ciencia y literatura corren por las venas de este escritor curtido con carne de píxel. Una combinación que ha calado en la nueva generación de lectores a la que algunos se han aventurado a llamar “Generación Nocilla”. Nocilla Experience es lasegunda creación de la “Trilogía Nocilla” de Agustín Fernandez Mallo. Precedida por Nocilla Dream y seguida por Nocilla Lab, este texto aporta un soplo de aire fresco a la literatura con su fragmentalismo y ruptura de la linealidad. Nocilla Experience está dividida en 112 capítulos numerados en los que se cuentan muchas más de 112 historias. Los personajes se repiten muchas veces y las historias que parecían estar aisladas en un principio, acaban uniéndose a una realidad paralela que se puede descubrir, relacionar en el siguiente capítulo. Otras historias permanecen aisladas y es difícil encontrar qué sentido guardan con el resto de relatos.

En Nocilla Experience tan pronto encontramos un capítulo sobre la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein como de un estadounidense que un día decide correr sin parar lejos de su antigua vida. La literatura de Mallo es así de inquieta. “Si después de un verso tengo que poner la foto de un macarrón, la pongo”, dijo Mallo en el curso “Hacia la Narrativa del siglo XXI” de Zaragoza. Una literatura en la que no importa cómo contar la historia sino contarla.

Un mosaico personajes

No solo los relatos están aislados, los personajes de Nocilla Experience están aislados. O al menos la gran mayoría. Portadores de obsesiones, de extrañas manías, de rarezas incontrolables, todos los personajes tienen su particular historia. Sandra y Jota se conocieron en Londres. Él es artista y despierta la curiosidad de Sandra con sus obras de arte en la calle: llena las aceras de pequeños lunares. Vartan Oskanyan posee una explotación porcina en Azerbaiyán que se ha convertido en una calefacción alternativa para los refugiados que viven encima de ella. Ernesto intenta bajarle el tirante del sujetador a Kazjana, artista que estudia las reacciones de la gente al verle aparece con un coche de madera. Josecho lanza al mercado una obra escrita a modo Rayuela con el patrocinio de Channel. Jonh, soldado americano, se enamora de la que será su futura esposa cuando estaba a punto de matarla en Basora. Dos niños, Vladimir y Rush, transportan yodo radioactivo por los conductos de la antigua URSS. A su modo, todos estos personajes son una excepción, una rareza hasta cierto punto cotidiana que se ha maximizado. Pero a diferencia de los personajes de países occidentales (España, Gran Bretaña, Estados Unidos) que controlan su extraña situación, los personajes de países más retrasados- sobre todo ex-soviéticos- se presentan como los más vulnerables. Esto puede suponer un atisbo de crítica social indirecta algo que el autor, Agustín Fernández Mallo, ha desmentido sistemáticamente.

El tiempo topológico en Nocilla Experience

“Mis ideas se unen por conceptos, no por el tiempo”, afirmó Mallo en el curso “Hacia la Narrativa del siglo XXI” en Zaragoza refiriéndose a su literatura y, en concreto, a la “saga Nocilla”. Por eso, Nocilla Experience está compuesta por varios relatos que se desarrollan en distintos espacios, desde Basora hasta Londres, pasando por La Coruña, pero sin relación temporal. No importa tanto cuándo ha sucedido sino qué ha sucedido y en qué contexto espacial. Y en Nocilla Experience suceden historias de nuestros días, peculiares historias de personajes solitarios y sumamente especiales. Aunque otras veces no sucede apenas nada y Mallo nos describe escenarios como el Museo del Parchís, donde la única actividad es la de una radio que un obrero dejó encendida, o el ruinoso hospital de Ulan Erge, reflejo de la pobreza de esa región rusa. Tampoco siguen una estructura narrativa las citas que hace de otros documentos, desde el filme Apocalypse Now, la revista Zehar a las necrológicas del diario El País.

Los fragmentos de la realidad

Retazos de historias, de citas, de definiciones que pretenden plasmar una realidad más palpable que la de un todo inorgánico. Una ruptura de la concepción aristotélica de trama que mediante líneas argumentales transversales crea una belleza singular, simple y a la vez compleja, casi siempre atractiva. Un libro perfecto para nuevos lectores pero también para veteranos que todavía no han encontrado su generación literaria. Quizá descubran que pertenecen a la “Generación Nocilla”.

Puedes ver más en el PDF Nocilla Experience


Entrevista a Francisco Ortiz

“Jamás podré hacer literatura por encargo. Si una historia se me clava, como una honda tachuela que llega hasta el cerebro y  el corazón,  y me obliga a contarla, lo haré”

Francisco Ortiz es un escritor y fotógrafo granadino que ha entrado en el panorama de la literatura para hacerse un hueco al margen de la hegemonía de las grandes editoriales. Tras la publicación de su primera novela, “Última noche en Granada”, ha visto la luz el pasado mes de abril su nuevo libro de relatos “Almería 66”. Francisco Ortiz nos da las claves de su primera obra y nos introduce en su nueva creación: “Almería 66”.

Última noche en Granada es la primera novela que ha publicado, ¿ha sido duro el camino hasta conseguirlo?

Más que duro, lento: la novela fue enviada a quince o veinte editoriales. En casi todas, como es habitual en este tiempo nuestro de productos literarios, no la leyeron, la descartaron sin echarle ni siquiera un vistazo. Estoy absolutamente convencido. Fue tasada al peso y valorada según los beneficios que podía dar y la apartaron como a un perro triste y sin dueño. Pero de vez en cuando abría el manuscrito, leía unas líneas y pensaba que merecía ser publicada. E insistí hasta lograrlo.

Y una vez conseguido, ¿ha sido buena la aceptación entre los lectores?

No puedo quejarme. Las críticas y las valoraciones han sido buenas. Alguna, incluso, entusiasta.

Última noche en Granada no es fácilmente clasificable en un género en concreto. ¿Es eso lo que quería? ¿Cómo definiría su novela?

Seguramente es una novela psicológica. Está narrada en primera persona y todo se ve, se cuenta según piensa un personaje que se muestra y medita. Pero no pertenece a un subgénero porque eludí las clasificaciones fáciles y porque no sé escribir obras con un solo destino, un solo horizonte. Lo que escribo es siempre mestizo, tiene muchas influencias, tanto literarias como vitales, y no poseo una mirada que ordene y supedite.

Última noche en Granada tiene mucho de novela intimista, descriptiva, personal. Este ritmo ralentizado choca con lo que tradicionalmente se entiende como novela negra. ¿Qué le llevó a introducir estos factores en su novela?

Dostoievski, Faulkner, Ana María Matute, Moravia, Sartre son la base de mis lecturas de ayer y de hoy. Me interesa la novela negra, la mirada que proporciona para observar el mundo críticamente, pero no quise hacer una novela negra, sino entrar en la mente de alguien que ha matado y no sabe cómo esconder su culpa, si ha de esconderla. Deliberadamente, ralenticé el ritmo, ofrecí un espacio para la meditación del lector, para que delibere con Luis y consigo mismo. Así me alejé también de la novela con influencias cinematográficas.

A casi la misma altura del protagonista, Luis, se encuentra Beatriz. ¿Cuál es su función en la novela?

Beatriz es la novela. Sin ella no habría novela. Sin ella no habría un Luis Castillo pensando y dudando. Luis habría matado y habría seguido su vida sin más. O la habría echado a perder sin más. Beatriz es la conciencia de Luis, la posibilidad de un presente y de un futuro. Beatriz es la novela de Luis Castillo.

Última noche en Granada… ¿para quién (quiénes)?

Para Luis. Atrás deja su última noche y busca la luz del día gracias a Beatriz. Para cualquier lector que no se conforme con leer lo que recomiendan los grandes medios, que no le teme a un libro y a observar sus ideas a la luz de lo que otros dicen y piensan.

Y de Granada pasamos a Almería con su nuevo libro Almería 66. ¿Qué tiene de especial esta ciudad?

He vivido en ella muchos años. El relato que da título al libro ocurre en un pueblo de Almería, donde una historia como la narrada podría haber ocurrido. Y sólo escribo de lugares que conozco, por los que he andado, en los que he pasado muchas horas. Quizá sea una limitación. También es un homenaje a una ciudad a la que quiero, donde vivió mi madre.

¿Podría darnos un adelanto de lo que encontraremos en Almería 66?

Es un conjunto de relatos broncos, que se acercan al tema de la violencia sin velos, desde dentro, con relatos contados por asesinos, maltratadores, violadores, ladrones, policías corruptos.

Aprovechando que tenemos un experto en la novela negra le pido dos recomendaciones: una novela para los principiantes que deseen introducirse en el género y una apuesta más arriesgada.

Apuesta segura: El largo adiós, de Raymond Chandler. Para cualquier lector. Arriesgada: Santuario, de William Faulkner. Y para todos: La forma en que algunos mueren, de mi autor preferido de novela negra y escritor de gran categoría dentro y fuera del genero: Ross Macdonald.

Además de escritor, usted se dedica también a la fotografía. ¿Qué le aportan estas dos formas de expresión?

Quizá la manera de escribir en párrafos cortos, como si fueran fotografías hechas con palabras. Pero cuando fotografío huyo de la ficción, sólo me interesa la realidad más palpable, siguiendo los consejos de mi admirado Garry Winogrand. La literatura sirve para ordenar imágenes interiores y para meditar sobre algunos asuntos que me inquietan y necesitan de muchas palabras para calmarme o arrancarme de la credulidad y la indiferencia.

Tras Última noche en Granada y Almería 66, ¿tiene más proyectos literarios en mente?

Nunca escribo teniendo proyectos. Siempre he escrito sobre algo que tiraba de mí. Jamás podría hacer literatura por encargo. Como le decía hace poco a mi amigo José Abad, escritor granadino al que aprecio mucho: Yo no sirvo ni para hacerme encargos a mí mismo. Si una historia se me clava, como una honda tachuela que llega hasta el cerebro y  el corazón,  y me obliga a contarla, lo haré. Si quedo convencido de que lo escrito es publicable, intentaré  verlo publicado. Y, si no, haré fotos, leeré, disfrutaré leyendo a otros y aprendiendo con otros y viviendo las historias que otros han escrito.

Para leer la entrevista completa: Francisco Ortiz